La tortuga Tomasa y el conejito que corría demasiado

En el cuento de este mes, escrito por Isabel Martínez Fernández, conoceremos a Matías, un conejo que siempre corre y a Tomasa, una tortuga que le enseñará a ir más despacio y a disfrutar del paisaje.
Por la mañana su madre siempre le despertaba con suficiente tiempo para que Matías pudiera vestirse, desayunar, lavarse los dientes e ir al colegio sin prisas. Pero Matías prefería dormir hasta última hora, vestirse rápidamente, desayunar en dos mordiscos, no lavarse los dientes e ir al cole a toda velocidad, dando empujones a todo aquél que se encontrara por el camino.
Un día antes de llegar al cole, como siempre corriendo a toda velocidad, Matías no vio a Tomasa, una tortuga que iba a su clase y que, como cada día, llegaba sola a la escuela, tropezó con ella y cayó el suelo. Se levantó muy enfadado y le dijo:
- ¡Mira por donde vas! ¿No ves que no puedes ir tan despacio en medio el camino?
Y Tomasa, sorprendida le preguntó:
- ¿Qué mire yo por dónde voy? Eres tú quien siempre va corriendo sin fijarte en nada. Además, me has hecho daño y ni siquiera me has pedido disculpas.
- ¡Debes estar de broma! – le dijo Matías. -¿Pedirte yo disculpas a ti? Si he sido yo el que ha caído por tu culpa.
La profesora Carmeta, que vio todo lo que había sucedido, les pidió que fueran a su despacho: -Matías – le dijo la profesora – veo que te has apuntado a la carrera por parejas que ha organizado la escuela con motivo del día del deporte, pero que te has apuntado solo. Y también he visto que tú, Tomasa, no te has apuntado.
- Profesora – dijo Matías – yo no necesito a nadie para ganar la carrera. Tener una pareja solo me quitaría tiempo si la tengo que ir esperando. ¡Y debe estar de broma cuando le ha dicho a Tomasa que se apunte a la carrera! ¡Las tortugas no pueden correr y solo entorpecen el resto de participantes!
- Matías, estás muy equivocado – le dijo la profesora – y por eso quiero que los dos hagáis equipo en la carrera.
- ¿Qué yo haga equipo con quién? – Preguntó muy sobresaltado Matías - ¿Con Tomasa?? ¡De ninguna manera! Yo correré solo, no necesito a nadie y menos a esta tortuga.
- Escucha, conejo presumido, yo tampoco quiero hacer equipo contigo – le dijo Tomasa muy enfadada.
- Matías, Tomasa, no hay nada a discutir: formaréis un equipo en la carrera del día del deporte.
- ¡Pero profesora!- Se quejaron los dos a la vez.
El día de la carrera llegó y Tomasa y Matías se habían puesto enfermos muy “sospechosamente”. La profesora, que ya se lo imaginaba, fue a casa de los dos a buscarlos: -Venga, no quiero excusas. Os esperamos en la carrera.
La ardilla Roberto dio la salida desde su árbol y todos los participantes salieron corriendo. Todos menos Matías y Tomasa, que hacía lo que podía, pero que avanzaba muy lentamente.
- ¿Por qué me obligan a correr con esta tortuga? – Se quejó Matías.
- Mira Matías, esta situación tampoco me gusta a mí: me pones nerviosa. Así que nos tendremos que aguantar los dos y mejor que no nos quejemos.
- Y además, no tengo ni idea de donde estamos- dijo Matías. -No he pasado nunca por este camino y no sé si me perderé.
- ¿Pero qué dices? ¿Cómo que no has pasado nunca por este camino? – le preguntó Tomasa. - Pero si es el camino que haces todos los días para ir al colegio.
-¿Eh? – se sorprendió Matías. -¡Yo no he visto nunca este campo de flores ni este riachuelo tan bonito que tenemos al lado!
- ¡Por qué no te fijas! – exclamó Tomasa. -¡Vas siempre corriendo a todas partes y no te fijas nunca en nada!
-¡Ostras! Tampoco me había fijado en todos los árboles que hay ni el canto de los pajaritos. ¡Parece que nos saluden!
- Y tanto que nos saludan, – dijo Tomasa – pero me saludan a mí, que cada mañana charlamos un rato antes de ir al cole.
- No sabía yo la de cosas bonitas que me perdía yendo siempre corriendo – dijo Matías mientras no dejaba de mirarlo todo a su alrededor.
Y mientras seguían caminando, Tomasa no se fijó donde pisaba y quedó atrapada en una pata con una trampa que había escondida entre unas hierbas.
- ¡Socorro! – gritó Tomasa.- ¡Me he enganchado una pata con esta trampa y no me puedo desligar de ella!
- Tranquila Tomasa, yo te ayudaré – le dijo Matías. Con sus largos dientes mordió la cuerda hasta que la rompió y Tomasa quedó libre.
- ¡Oh!, gracias Matías – le dijo Tomasa -, me has ayudado mucho. Si no fuera por ti, aun estaría ligada a esta trampa.
- Y si no fuera por ti, Tomasa, yo aun iría corriendo a todas partes y no me daría cuenta de todas las cosas que me pierdo.
Y hablando, hablando, Tomasa y Matías llegaron juntos a la meta. No ganaron la copa, pero ganaron algo mucho más importante: la amistad.
Desde entonces Matías se despierta antes de que lo avise su madre, se viste, desayuna poco a poco – masticando bien las zanahorias acabadas de recoger que le lleva cada mañana su padre-, se limpia los dientes y, de camino a la escuela, se para siempre un ratito a hablar con los pajaritos, que ahora también son amigos suyos. Y Tomasa, por su parte, ya no va sola siempre a todas partes. Sabe que cada mañana su amigo Matías le espera para ir juntos al colegio.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
Autora: Isabel Martínez Fernández.
