La historia de David Costa Martínez, un niño con parálisis cerebral

Este es el relato de Irene Costa, una chica que ha querido compartir con nuestros lectores la experiencia de vivir con su hermano afectado de parálisis cerebral y cómo este hecho ha influido en su vida.
Cuando nací, mi hermano tenía tres años, yo era la hermana pequeña pero, al cabo de pocos años me convertí también en la hermana mayor. ¿Cómo puede ser esto? Muy sencillo, mi hermano, David, era un niño especial, tenía parálisis cerebral, no podía andar ni hablar, no veía bien y, dadas las complicaciones asociadas a su enfermedad, tampoco creció mucho. Pero él era “ESPECIAL” y no porque estuviera enfermo sino porque era un hermano diferente, único y eso le hacía muy especial.
En casa, los padres, los abuelos y los tíos, hicieron que aquella personita tan especial fuera de lo más normal y, esto, a veces, era difícil porque pasaba muchas estancias en el hospital, casi quince días cada mes o mes y medio. Mamá decía que iban de vacaciones al balneario, pero aun y siendo muy pequeña, me daba cuenta de todo y siempre que iban al hospital me enfadaba y lloraba porque no me dejaban ir.
La parálisis cerebral es una enfermedad, pero esto no quiere decir que yo no pudiera hacer nada. Era mi mejor compañero de juego. Cuando estábamos en casa, podía jugar con él. Lo poníamos en su cochecito o en su hamaca y jugábamos a papás y mamás, y a la hora del baño, mamá me dejaba bañarle mientras nos vigilaba a los dos. Cuando venían mis amigas, Tete también estaba con nosotras; primero lo miraban de forma extraña, pero yo les explicaba que no pasaba nada, que sólo tenía una enfermedad y que podíamos jugar con él igualmente; seguidamente nos poníamos a jugar y lo pasábamos muy bien.
Lo que más me gustaba de todo era la hora de ir a dormir; mamá me dejaba ponerlo en la cama y yo le contaba cuentos y le cantaba canciones durante un rato antes de que lo pusieran en su cuna. Siempre me pedía que durmiese con él, pero, lógicamente, mamá y papá no me dejaban.
No por el hecho de padecer una enfermedad fue un niño triste y que no hacía nada, sino al contrario: era un niño muy risueño y siempre tenía una sonrisa en su bonita cara, la cual, iluminaba toda la casa. Aunque parezca imposible, nos conocía a todos por la voz y hacía unos pequeños gritos para cada uno de nosotros acompañados de su gran sonrisa.
Lo más increíble de todo fue que, cuando nació, los médicos le dieron una perspectiva de vida de tan solo tres años más o menos. Y no fue así, ya que vivió once años, con muchas visitas críticas al hospital, pero siempre volvía a casa. De hecho, en una de estas, los médicos creían que no lo superaría porque el corazón le iba muy lento, pero cuando mamá le hablaba al oído, el corazón se le aceleraba y los médicos, perdonad por la expresión, pero flipaban, igual que yo cuando mamá me lo explica.
Y toda esta fuerza de un simple niño pequeño enfermo y estas ganas de vivir y de estar con todos nosotros eran gracias a todo el amor, cariño y positivismo que le dábamos todos, palabras de médicos. Por eso, ante una enfermedad siempre hay que actuar en positivo, las cosas siempre van mejor así.
Mi hermano fue a un centro de estimulación precoz hasta los tres años, donde le estimulaban y mejoraban su estilo de vida. Después, hasta que murió, fue a la escuela Alba de Reus. Allí lo pasaba muy bien con sus compañeros y sus profesoras. Hacían muchas cosas, como festivales de fin de curso ―que por cierto, ¡me encantaba irlos a ver! ¡Me volvía loca!
También íbamos de vacaciones con él, aunque poco, pero íbamos. Y en verano, al buen tiempo, salíamos a la plaza. Por carnaval nos disfrazábamos, celebrábamos la Palma, la Mona, las Navidades... y sobre todo, su aniversario. Como cualquier otro niño de su edad.
A medida que se iba haciendo mayor, su salud empeoraba, tenía que comer por sonda, teníamos que tener bombonas de oxígeno en casa porque no respiraba bien y sus estancias en el hospital eran cada vez más frecuentes. Aun así, no fue un obstáculo para que siguiera haciendo vida más o menos normal.
El 12 de abril de hace unos años, el día en que murió, murió una parte muy importante de todos nosotros pero, en el fondo, David no morirá nunca, porque vino a este mundo a iluminarnos la vida y ayudarnos a ser un poco mejores personas y esto lo consiguió de sobras. Siempre fue un gran ejemplo para mí y siempre lo será, por eso, siempre intento tener una sonrisa para él y para todo el mundo.
Dedico la biografía a mi madre, por ayudarme a escribirla y a mi padre, abuela y familia por darle siempre un cariño más especial. Y a él, por regalarme una infancia muy bonita, especial y diferente.
Os dejo una frase que siempre me recuerda a él.
“La fuerza no proviene de la capacidad física, proviene de una voluntad indomable.” (Mahatma Gandhi)
Irene Costa Martínez.
Este relato nos lo ha enviado el Dr. José A. Bilbao del CAP ABS Riudoms