¿Por qué suceden las rabietas?
Las rabietas son frecuentes y forman parte del desarrollo normal de los niños pequeños. Consisten en arrebatos emocionales perturbadores y/o desagradables que presentan a veces los niños cuando sus deseos o necesidades no son satisfechas. Pueden darse en forma de quejidos y llantos hasta gritos, golpes, llanto intensos o aguantarse la respiración.
Así pues, las rabietas son una manera que tienen los niños de mostrar enfado, frustración y malestar. A lo largo del desarrollo puede suceder que las rabietas pierdan este componente de comunicar un estado emocional y sean utilizadas por el niño como una manera de conseguir aquello que necesita o desea.
En la mayoría de los casos pueden desaparecer por sí solas a medida que los niños maduran y ganan autocontrol, de modo que no suelen ser un motivo para preocuparse.
Las rabietas son igual de frecuentes en los niños que en las niñas y suelen iniciarse entre los 12 y 18 meses. Se hacen más frecuentes e intensas entre los 2-3 años, ya que a esta edad el niño/a ya se identifica plenamente como un ser distinto a sus padres. El niño identifica sus propios deseos y quiere que sean satisfechos, así actúa para llegar a su meta.
Sin embargo, a esta edad, la capacidad para tolerar la frustración y regular las emociones solo está empezando a desarrollarse. Esto conlleva que, cuando el niño se da cuenta que no puede conseguir lo que quiere, aparezcan con facilidad las rabietas. Si además el niño está cansado, hambriento o enfermo, es más fácil que se presente una rabieta.
¿Qué se puede para hacer para evitar que aparezcan las rabietas?
A lo largo del día el niño se enfrenta a numerosas situaciones en las cuales sus deseos o sus necesidades no encajan con aquello que el exterior impone. Si el niño es pequeño su nivel de desarrollo no le permite resolver esta disyuntiva, por lo cual requerirá del acompañamiento del adulto para superar esta situación.
Aunque en determinadas ocasiones las rabietas son inevitables, hay algunos factores que pueden ayudar al niño a estar menos irritable y a poder manejar mejor la frustración:
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Mantener un horario y una rutina estable.
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Asegurarnos que duerme las horas necesarias (por ejemplo, un niño de 2 años necesita dormir entre 12 y 13 horas al día, incluyendo una siesta).
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Evitar decir “no” cuando no es imprescindible. Podemos orientar y limitar la conducta del niño utilizando afirmaciones (por ejemplo, podemos decir: “Después podrás seguir jugando” en lugar de "No puedes jugar a esto ahora”).
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Emplear un tono alegre al dar indicaciones a los niños, para que suene más como una invitación que como una orden. Esto ayuda a reducir las quejas.
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Evitar las riñas y las disputas por hechos no relevantes, como por ejemplo que ropa o qué zapatos ponerse.
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Permitir que tenga control sobre cosas pequeñas como por ejemplo: que pueda escoger la fruta que quiere (“Quieres pera o manzana?”), el orden en el que hacer algunas actividades diarias (“Prefieres que cortemos las uñas antes o después de ponerte el pijama”).
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Fijarse en sus acciones positivas en lugar de poner de relieve de forma frecuente aquello que no hace bien.
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Mantener los objetos peligrosos o que no debe coger fuera de su vista.
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Si anticipamos que se va a enfadar o si se está enfadando, utilizar la la distracción para redirigir su atención hacía cosas que le interesen (cambiar de objeto, de actividad, de ambiente…).
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Ayudar al niño a aprender a hacer cosas nuevas, empezando por cosas sencillas y acompañándole en el proceso para que pueda tolerar mejor la frustración de que no le salgan las cosas y permanecer en los intentos.
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Evitar actividades que supongan un esfuerzo (como por ejemplo salir a comprar) cuando está cansado.
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Considerar con interés las peticiones que nos hace el niño para poder valorar adecuadamente la idoneidad de estas y poder dar una respuesta ajustada.
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Tener en cuenta que la rabieta es una manera que tiene el niño de comunicarnos lo que quiere o lo que le pasa.
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Por ejemplo, puede ser que el niño esté jugando y que haga la rabieta cuando decidimos que es hora de irnos de casa. En esta situación, con la rabieta el niño nos intenta expresar que no quiere dejar de jugar (lo cual es una demanda totalmente ajustada a su nivel de desarrollo). En este contexto, si la comprensión del lenguaje es bueno, puede ser útil por ejemplo: que le digamos de forma anticipada que nos tendremos que ir, que le expliquemos a donde vamos y que después podrá volver a jugar y pactar que se pueda llevar algún juguete.
¿Y después de la rabieta, qué?
Después de la rabieta el niño suele sentirse vulnerable. Esto se produce como consecuencia a la propia de la cascada emocional de la rabieta y al hecho que sabe que ha tenido un comportamiento que el entorno a menudo valora como negativo. Por ello se recomienda realizar muestras de afecto tales como darle un abrazo y decirle que le queremos.